Tengo que confesar que no conozco la obra de Juan Marsé, galardonado hoy con el Premio Cervantes. Tan sólo conozco un cuentito de navidad en el que los reyes magos están zarandeados por la coyuntura actual. Algo así como lo que les pasa a los superhéroes de Watchmen en su hipotético contexto de Guerra Fría.
Y es que cuando sacan a las fantasías de su mundo para ponerlas en el nuestro (convengamos que todos compartimos el mismo) modifican su esencia. Algunos dirán que se enriquece el personaje.
Por suerte, no son seres humanos, como nosotros, con pasiones y preocupaciones. En tal caso, quienes transmutaran sus aventuras de un lugar a otro les estarían haciendo un flaco favor. En general, el mundo de la imaginación es mejor ( más habitable) que el material.
Por lo que he podido leer hoy sobre (el creo que irónico, por el cuento que leí) Marsé, puedo afirmar que en sus novelas «el protagonista siempre busca algo que perdió y quiere recuperar, algo que tiene que ver con ese viejo idealismo que se opone a la penosa realidad del presente» (Fuente: el País digital).
Muchas veces nos vemos reflejados en el universo de nuestros escritores, y dejamos de sentimos tan solos porque nos damos cuenta que podríamos ser comprendidos en las partes más nuestras de nuestros espíritus. Eso lo aprendí de mi esposa.
Compartimos espacio con los habitantes de la tierra, y no somos impermebles a los flujos de pensamiento que viajan como corrientes oceánicas.
A mí y a mi esposa nos alegra saber que compartimos corrientes oceánicas con otros ilustres peces.
Hoy, habiéndome acercado unos pasitos a Marsé, he descubierto a un nuevo potencial compañero, que como yo, no cree que por ejemplo, la inocencia o la fe sean algo que, una vez perdidos, sean irrecuperables.
Señores, el cinismo o el escepticismo tienen cura, y les aseguro, mejora la salud y alarga la vida.
Esta tarde me regalaré uno de Marsé. A la salud de la esperanza.
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